Muchas familias demandas ayuda al centro para la educación de vuestros hijos e hijas.
La orientadora del centro Begoña Cañete Chalver nos ha proporcionado este documento que sabemos ha servido de ayuda a muchas familias y por eso lo compartimos con vosotros/as.
LIMITES Y NORMAS. ¿POR QUÉ SON
NECESARIOS?
Para un niño, tener
puntos de referencia claros sobre lo que debe o no debe hacer es tan vital como
alimentarse. Para él, tener claros los límites educativos es importante
por tres motivos:
1. Porque le
ayuda a entender e integrar las normas que rigen el mundo en el que vive.
2. Porque le ayuda a sentirse seguro.
3. Porque les
ayuda a “portarse bien”, a ser “mejores personas” y, por lo tanto, a tener un
buen concepto de sí mismos.
Un sistema de
normas estable le ayuda a saber predecir las consecuencias de su propia
conducta. Le ofrece la seguridad de saber a qué atenerse en todo momento.
No os quepa la
menor duda de que vuestros límites le dan seguridad al niño; sin ellos el niño
se siente perdido. Todo ser humano necesita un punto de referencia. Los niños
más inseguros y temerosos son aquellos hijos de padres muy permisivos o que
tienen un criterio educativo incoherente (hoy te castigo por esto, mañana lo considero
una gracia). “Si yo no tengo claro por dónde me tengo que conducir, si no tengo
claro qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, me siento perdido”. Los
niños sin disciplina sufren mucho. No creas que te va a querer menos por
negarle o prohibirle ciertas cosas, le hace bien saber que eres tú, y no él,
quien decide.
Los niños que
consiguen manejar a sus padres a su antojo desarrollan una aparente seguridad
en sí mismos que se disipa en cuanto salen del hogar. Parece como si su experiencia
vital les llevara a la siguiente reflexión inconsciente: “Mis padres son los
que me tienen que defender de los peligros del mundo, si yo hago con ellos lo
que quiero ¿en qué manos estoy?”
Muchos padres
piensan que si son exigentes con sus hijos, éstos les querrán menos, se
rebelarán y no habrá quien los domine. Por lo general, les sorprende que ante
una mano firme pero cariñosa, sus hijos respondan relajándose y portándose
bien. Los niños necesitan límites y normas claras y se sienten más seguros y
más cómodos interiormente cuando los tienen.
Los niños desean
portarse bien, porque portarse bien les hace sentirse válidos y buenos niños.
Algunos padres son excesivamente blandos, modifican sus castigos ante el llanto
de sus hijos y se dejan convencer con facilidad para tomar una decisión que en
el fondo no desean o que sospechan que no es educativamente correcta. Estos
padres volubles ante las protestas de sus hijos, no se dan cuenta de que
cambian constantemente las normas de casa. Cuando actúan así, dejan en manos
del niño toda la responsabilidad de decidir portarse bien o mal.
El niño tiene
tentaciones de dejarse llevar por lo que le apetece y dejar las
responsabilidades a un lado, si los padres tienen un planteamiento coherente
que les ayude a ajustarse a las normas, vencer este deseo es más fácil. ¿Te costaría
igual llegar puntual al trabajo si no tuvieras que fichar?, ¿Trabajarías horas extras
si no estuvieran bien pagadas?. Igual que nos sucede a nosotros, al niño le
resulta más fácil portarse bien si tiene los límites claros y si tiene
incentivos que le animen a hacerlo. Cuando un niño se porta mal, aunque no lo
manifieste abiertamente, se siente malo y su autoestima se deteriora.
Los padres que
saben poner límites son mucho más eficaces y dan más seguridad que los que
temen hacer uso de su autoridad (no se debe confundir autoridad con autoritarismo).
O los que cambian sin cesar sus principios educativos. En este último caso, el
niño siente una gran inestabilidad y confusión, no sabe a qué atenerse y su
conducta se vuelve estresante e insoportable. Tiene necesidad de unas normas
claras y estables, dictadas por vosotros y que vigilaréis.
El respeto a las
reglas es asunto de ambos progenitores. Ambos padres han de ponerse de acuerdo
y formar un frente común delante del niño. Cuando no existe acuerdo en cuanto a
las pautas a seguir (normas, premios, castigos,...) el niño lo aprovecha y
consigue salirse con la suya.
Las normas y los
límites no son un medio para controlar a los niños o conseguir que éstos obedezcan
a los adultos, sino un método que les ayuda a integrarse en la sociedad
mostrándoles patrones de conductas socialmente admitidas y, por consiguiente,
también las que no lo son. Para una buena convivencia tanto familiar como escolar
es necesario establecer normas y límites.
A los niños les gustan
los límites, hacen que se sientan seguros. Pero también intentan ponerlos a prueba
para ver si estamos hablando en serio.
Cuando los niños fuerzan los
límites es importante que padres y profesores se
mantengan firmes y no cedan a
todo tipo de chantajes afectivos, que pueden entran en juego en ese momento.
Los límites no son sinónimo de castigo sino de enseñanza, marcan lo que se
espera de nosotros y así nos es más fácil agradar a los demás con nuestro comportamiento.
Además, ayudan a
los niños a asumir el control de su comportamiento y a ser responsables de sus
acciones (no olvidemos, que la responsabilidad se aprende). Por tanto, podemos
estar seguros de que los niños de todas las edades deciden cómo se comportan y ajustan
su comportamiento en función de las respuestas que reciben o de las
consecuencias de sus actos.
Hoy en día, muchos
padres y madres viven esclavizados por "la tiranía" de los hijos, haciendo
todo aquello que ellos quieren sin poner ningún límite a su conducta. Las
normas son necesarias para la convivencia familiar y para la posterior
integración de los niños en la sociedad, y una vez establecidas deben ser
cumplidas, ya que de lo contrario los niños o adolescentes pueden pensar que no
tenían verdadera razón de ser.
A la hora de
establecer límites, los padres deben tener como criterio establecer unas normas
claras, razonables y adecuadas a la edad del niño; evitar ciertas actitudes como
pueden ser la sobreprotección, el autoritarismo o la pasividad; y por último,
no deben olvidar ser coherentes con dichas normas respecto a su cumplimiento,
fijando y aplicando refuerzos y sanciones, y siendo nosotros mismos ejemplo de
las mismas.
La existencia de
normas es muy importante para el adecuado desarrollo del niño. Una de las
primeras necesidades del niño es la de seguridad. El niño educado sin
disciplina se muestra inseguro e indeciso.
Las normas ayudan a
poner límites a los impulsos y comportamientos, así como a crear conductas sociales
y saludables. Además, aumentan el autocontrol de la persona.
Imponer unos
límites claros y coherentes, aunque sea complicado e ingrato, es más que necesario.
Normalmente, a los padres les
resulta más fácil o cómodo decir "sí" a todo aquello que piden los
hijos o dejarles hacer lo que quieren, pero decir un "no" a tiempo
también es conveniente y necesario. De esta manera, enseñaremos a los niños a
interiorizar unas normas y conseguiremos transmitir una disciplina que harán
suya desde pequeños hasta que, progresivamente, se responsabilicen de su
comportamiento.
Cómo deben ser las normas?
1. Claras. El niño tiene
que saber claramente lo que se espera de él. La norma debe establecer qué tiene
que hacer, cuándo hacerlo, cómo hacerlo y qué consecuencias supondrá su
cumplimiento o incumplimiento. Por ejemplo, es preferible decirle al niño “quiero
que permanezcas sentado en tu silla hasta que termines de comer” que decir “pórtate
bien”.
2. Deben ser aplicadas
indistintamente por el padre y por la madre , independiente del estado de
ánimo y de quien esté presente en ese momento. Si no le permitimos saltar en el
sofá cuando hay visitas, tampoco debemos permitírselo cuando estemos solos.
Debemos mantener la palabra tanto
en los premios como en los castigos. Por ello no debemos prometer algo que no
podamos cumplir.
3. Debemos seleccionar pocas
normas pero necesarias. A menor edad, menos normas.
4. Que sean razonables y
fáciles de cumplir. Por ejemplo, a un niño muy activo, no podemos pedirle
que permanezca quieto durante una hora leyendo.
5. Si es posible compartidas y
no impuestas. Respetarán mejor las normas si han participado en su diseño.
6. Coherentes, a todos por
igual, incluidos los padres. No podemos pedir a nuestros hijos que no digan
palabrotas si nosotros no somos capaces de evitar decirlas.
7. Revisables y evaluables
periódicamente. Por ejemplo la hora de acostarse puede ir modificándose con
la edad.
¿Cómo dar órdenes?
1. Asegurémonos de lo que
queremos decir. A veces somos demasiado rigurosos con nuestros hijos, pidiendo
demasiadas cosas que no son realmente necesarias, lo que da más oportunidades
al niño de desobedecer. Es bueno pararse a pensar en la importancia de la orden
antes de darla. Una vez que damos la orden es importante que el niño cumpla lo
que le pedimos y si es necesario apoyaremos su cumplimiento. Si pedimos al niño
que recoja sus juguetes y acabamos recogiéndolos nosotros, difícilmente nos
obedecerá en
el futuro.
2. Digamos, no preguntemos. Las
órdenes en forma de pregunta dan al niño la opción de negarse a obedecer. Es
preferible decirle ayúdame a poner la mesa que ¿quieres poner la mesa?
3. Hagamos que sea fácil de
cumplir. En niños más pequeños a veces tenemos que limitarnos a una sola orden,
aunque necesitemos que el niño realice varias tareas. Si la tarea es compleja
para él, podemos dividirla en varios pasos para que pueda cumplirla, elogiando cada
paso. Por ejemplo si un niño está aprendiendo a vestirse solo, podemos
elogiarle por cada prenda que sea capaz de ponerse.
4. Asegurémonos de que nos
escucha. Sin un contacto visual no podemos estar seguros de que nos han oído.
No conviene dar órdenes a gritos de una habitación a otra, ya que el niño puede
estar tan concentrado en la actividad que esté realizando que ni siquiera nos escuche.
5. Si queremos estar seguros de
que recibe y entiende nuestra orden debemos eliminar todas las demás
distracciones (televisión, música, videojuegos...)
6. Conviene asegurarse de que ha
entendido lo que le hemos ordenado. Para ello podemos pedirle que nos repita la
orden que le hemos dado.
7. Debemos considerar el tiempo.
A veces es necesario decir al niño de cuanto tiempo dispone para realizar la
tarea
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